Las tiranías fomentan la estupidez.Jorge Luis Borges
Silvia Zimmermann recuerda una mañana de lluvia en que acompañó a Borges (ya ciego) a renovar su pasaporte.
Al llegar al desangelado recinto donde se hacían los trámites, había una larga y lenta fila de personas que esperaban su turno.
Le advirtió a Borges que tendrían para mucho tiempo, y tomaron estoicamente su lugar en la cola, con un sentimiento de deber antes que de resignación. Apoyado sobre su bastón, Borges le hablaba entretanto de las sagas islandesas.
La gente se volvía a mirarlo y se escuchaban rumores reiterados: "¿Ese que está ahí no es Borges?".
Un hombre se acercó: "Maestro", le dijo, "permítame cambiar su lugar con el mío, que está más adelante. Para mí será un honor". Borges tartamudeó al responder:
"Muchas gracias, señor, pero prefiero seguir en mi lugar". Y en el colmo del pudor, agregó: "Es que si llegué más tarde que usted, es porque soy más perezoso".
Se sucedieron otros ofrecimientos que Borges insistió en declinar.
Finalmente un policía que obraba de custodio en la oficina lo invitó a que pasara a tomar asiento en una oficina contigua. "Muchas gracias, pero prefiero esperar aquí; no quisiera perder mi turno por una distracción", balbuceó don Jorge Luis.
Con ese simple acto, Borges expresaba lo que por exceso de timidez no ponía en palabras: el respeto a los otros.
Declinó un privilegio merecido por su condición y edad que le dispensaban, por la felicidad íntima de ser un ciudadano entre ciudadanos.
Otros, hoy especialmente, no dudan en tomar una ventaja concedida entre bambalinas en un flagrante abuso de poder.
Muchos "funcionarios" se vanaglorian de ser personal estratégico no se sabe bien de quién ni para qué. "He ahí la diferencia entre la grandeza y la mediocridad".
Que te diviertas!
Al llegar al desangelado recinto donde se hacían los trámites, había una larga y lenta fila de personas que esperaban su turno.
Le advirtió a Borges que tendrían para mucho tiempo, y tomaron estoicamente su lugar en la cola, con un sentimiento de deber antes que de resignación. Apoyado sobre su bastón, Borges le hablaba entretanto de las sagas islandesas.
La gente se volvía a mirarlo y se escuchaban rumores reiterados: "¿Ese que está ahí no es Borges?".
Un hombre se acercó: "Maestro", le dijo, "permítame cambiar su lugar con el mío, que está más adelante. Para mí será un honor". Borges tartamudeó al responder:
"Muchas gracias, señor, pero prefiero seguir en mi lugar". Y en el colmo del pudor, agregó: "Es que si llegué más tarde que usted, es porque soy más perezoso".
Se sucedieron otros ofrecimientos que Borges insistió en declinar.
Finalmente un policía que obraba de custodio en la oficina lo invitó a que pasara a tomar asiento en una oficina contigua. "Muchas gracias, pero prefiero esperar aquí; no quisiera perder mi turno por una distracción", balbuceó don Jorge Luis.
Con ese simple acto, Borges expresaba lo que por exceso de timidez no ponía en palabras: el respeto a los otros.
Declinó un privilegio merecido por su condición y edad que le dispensaban, por la felicidad íntima de ser un ciudadano entre ciudadanos.
Otros, hoy especialmente, no dudan en tomar una ventaja concedida entre bambalinas en un flagrante abuso de poder.
Muchos "funcionarios" se vanaglorian de ser personal estratégico no se sabe bien de quién ni para qué. "He ahí la diferencia entre la grandeza y la mediocridad".
Que te diviertas!
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