Un pianista recibe un día el llamado de un productor cinematográfico, quien le propone contratarlo para componer la música original para una película. La banda de sonido, le explica el productor, será casi exclusivamente de piano, por lo cual él podrá lucirse. El pianista, entusiasta y feliz, concurre al día siguiente al estudio pero, para su gran sorpresa y decepción, el productor le explica que la película para la que compondrá la música es pornográfica. El pianista, molesto, está a punto de abandonar la entrevista cuando el productor le revela que el pago del contrato en dólares será elevado. Entonces, como además se encontraba con poco trabajo, aun a disgusto termina por firmar.
El día del estreno el productor le informa en qué sala se pasará el film, un reducto porno de pésima reputación. El músico no sabe qué hacer, pero al final, curioso por ver cómo quedó su trabajo, va hasta allí. Al llegar, se sienta en las últimas filas, muy incómodo, al lado de una pareja mayor. La película, en la que resuena su música, le resulta francamente repugnante, y cuando en un momento aparece un perro en la pantalla, el pianista no soporta más, se levanta y se encamina hacia la salida. Al hacerlo, pasa por delante del matrimonio mayor, y les dice:
-Yo sólo vine por mi música.
-Sí, claro -responde la mujer-. Y nosotros vinimos a ver nuestro perro.
El día del estreno el productor le informa en qué sala se pasará el film, un reducto porno de pésima reputación. El músico no sabe qué hacer, pero al final, curioso por ver cómo quedó su trabajo, va hasta allí. Al llegar, se sienta en las últimas filas, muy incómodo, al lado de una pareja mayor. La película, en la que resuena su música, le resulta francamente repugnante, y cuando en un momento aparece un perro en la pantalla, el pianista no soporta más, se levanta y se encamina hacia la salida. Al hacerlo, pasa por delante del matrimonio mayor, y les dice:
-Yo sólo vine por mi música.
-Sí, claro -responde la mujer-. Y nosotros vinimos a ver nuestro perro.
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