Era la época de la fiesta de la cosecha, pero la Compañía la había abolido y sustituido por el festival de Dionisio. Los ancianos no habían claudicado y seguían mostrando su desaprobación, pero los más jóvenes, ansiosos de novedades y de encontrar una válvula de escape a su sentimiento de frustración, vertían sus corazones y sus almas en una salvaje orgía báquica. El vino corría en abundancia, enloqueciendo a los participantes de la nueva fiesta y a sus bacantes, que se entregaban al placer con absoluto abandono.
* * *
El poeta contempló la escena con la mayor atención, distinguiendo bajo aquella discordante locura la mano experta de un manipulador profesional de hombres.
Aquellas orgías eran un producto de la propaganda y tendían de un modo deliberado a la regresión de los hombres a la barbarie física y mental, un clima favorable al despotismo y a la esclavitud, y a unos sistemas legales contrarios a las normas más elementales del mundo civilizado. El poeta se preguntó los motivos de que aquella zona hubiera sido «trabajada» con más intensidad que las otras.
—Los dioses paganos han vuelto a hacer acto de presencia entre vosotros —dijo alguien en voz baja, detrás de él.
El poeta se volvió hacia el negro traje talar del sacerdote de la capilla de la Misión.
—Hara, Afrodita, Ares, Dionisio y Némesis —dijo el poeta—. Los dioses de la venganza, del amor, de la guerra, del vino y de la retribución. Algo para distraer a la gente de la creciente limitación de su libertad. Hay que ser muy valiente para llevar esas ropas en largo, padre. Estos tiempos son muy peligrosos para dedicarlos a esos ideales.
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