¿Tenes un amigo dedicado y exitoso que no deja pasar la oportunidad para asegurar que “todo lo conseguí por suerte”, “la competencia era poca, por eso entré”, “esperan demasiado de mí, pero no soy tan bueno”? A primera vista puede parecer un acto de humildad, pero esto podría encajar en algo mucho más complejo: el Síndrome del Impostor.
Aparentemente se trata de un comportamiento insignificante, pero este auto sabotaje continuo perjudica a quien padece el síndrome en diversos aspectos. Estas personas no creen haber llegado hasta dónde están por mérito propio, suelen atribuir a factores ajenos cualquier tipo de logro y viven atormentadas por un miedo constante a que, algún día, descubran que son un fraude. Y sobre esto último están muy convencidas de que sucederá irremediablemente.
La idea central de este desorden psicológico tiene que ver con la forma en que los demás nos ven y en la manera que cada uno se visualiza a sí mismo, principalmente en todo lo relativo a logros profesionales. Quien es impostor de sí mismo no cree en evidencia tangible de que es competente, pues se considera incapaz e inferior.
Hace aproximadamente cuatro décadas este padecimiento mental fue detectado por primera vez. Pauline Rose Clance y Suzanne Imes, investigadoras de la Universidad del Estado de Georgia, publicaron un artículo en 1978 donde acuñaron el término “impostor” para denominar a aquellos individuos que mostraban señales de auto boicot. ¿Qué cambió desde entonces?
De las mujeres a la generalidad de la sociedad
Es importante señalar que el artículo publicado por Rose Clance e Imes hace 40 años estaba dirigido claramente a las mujeres. La dinámica familiar y el machismo imperante que discriminaba al sexo femenino en la década de 1970 provocaban que las damas no creyeran en sus propias capacidades.
El estudio que sustentó el artículo científico contó con la participación de 150 mujeres exitosas (tituladas que ya se desempeñaban profesionalmente en sus áreas o estudiantes de educación superior con excelentes calificaciones), y el resultado fue claro: todas se consideraban impostoras.
“Contrariando realizaciones académicas y profesionales, aquellas mujeres que presentan el fenómeno del impostor insisten en creer que no son lo suficientemente buenas y que simplemente engañan a quienes piensan lo contrario”, mencionaba el artículo.
Características del Síndrome del Impostor
Una década después, la psicóloga Gail Matthews, de la universidad Dominicana de California, colaboró con Clance para llevar a cabo nuevas investigaciones. En esta ocasión, encontraron que 8 de cada 10 personas exitosas (hombres y mujeres por igual) habían presentado episodios de Síndrome del Impostor durante sus carreras profesionales.
En nuestros días es un padecimiento que aflige a ambos sexos por igual y en diversos niveles. Los síntomas son amplios, pero entre los más frecuentes podemos encontrar.
Aparentemente se trata de un comportamiento insignificante, pero este auto sabotaje continuo perjudica a quien padece el síndrome en diversos aspectos. Estas personas no creen haber llegado hasta dónde están por mérito propio, suelen atribuir a factores ajenos cualquier tipo de logro y viven atormentadas por un miedo constante a que, algún día, descubran que son un fraude. Y sobre esto último están muy convencidas de que sucederá irremediablemente.
La idea central de este desorden psicológico tiene que ver con la forma en que los demás nos ven y en la manera que cada uno se visualiza a sí mismo, principalmente en todo lo relativo a logros profesionales. Quien es impostor de sí mismo no cree en evidencia tangible de que es competente, pues se considera incapaz e inferior.
Hace aproximadamente cuatro décadas este padecimiento mental fue detectado por primera vez. Pauline Rose Clance y Suzanne Imes, investigadoras de la Universidad del Estado de Georgia, publicaron un artículo en 1978 donde acuñaron el término “impostor” para denominar a aquellos individuos que mostraban señales de auto boicot. ¿Qué cambió desde entonces?
De las mujeres a la generalidad de la sociedad
Es importante señalar que el artículo publicado por Rose Clance e Imes hace 40 años estaba dirigido claramente a las mujeres. La dinámica familiar y el machismo imperante que discriminaba al sexo femenino en la década de 1970 provocaban que las damas no creyeran en sus propias capacidades.
El estudio que sustentó el artículo científico contó con la participación de 150 mujeres exitosas (tituladas que ya se desempeñaban profesionalmente en sus áreas o estudiantes de educación superior con excelentes calificaciones), y el resultado fue claro: todas se consideraban impostoras.
“Contrariando realizaciones académicas y profesionales, aquellas mujeres que presentan el fenómeno del impostor insisten en creer que no son lo suficientemente buenas y que simplemente engañan a quienes piensan lo contrario”, mencionaba el artículo.
Características del Síndrome del Impostor
Una década después, la psicóloga Gail Matthews, de la universidad Dominicana de California, colaboró con Clance para llevar a cabo nuevas investigaciones. En esta ocasión, encontraron que 8 de cada 10 personas exitosas (hombres y mujeres por igual) habían presentado episodios de Síndrome del Impostor durante sus carreras profesionales.
En nuestros días es un padecimiento que aflige a ambos sexos por igual y en diversos niveles. Los síntomas son amplios, pero entre los más frecuentes podemos encontrar.
- Procrastinación: la persona suele retrasar lo más que puede cualquier momento que implique poner a prueba su trabajo, pues está convencida de que terminará fracasando. Suelen demorar mucho para entregar lo que se les pide.
- Carisma: para que nadie descubra que es un “fraude”, la persona usa y abusa del carisma y la cortesía para ganarse a todo mundo.
- Perfeccionismo extremo: aquellos que sufren el síndrome creen que, a pesar de trabajar muy duro, todo esfuerzo nunca es suficiente, por lo que suelen trabajar aún más. Ante el temor de que su estupidez pueda ser percibida en cualquier momento, suelen ser personas muy dedicadas y exigentes.
- Falsedad para agradar: dado que se perciben con inferioridad, jamás se sienten cómodos exponiendo sus opiniones, resultando en que siempre están de acuerdo con la opinión de sus superiores, llegando incluso a la adulación.
Explicación psicológica y cura
El Síndrome del Impostor abarca más el campo de la psicología que de la psiquiatría. De hecho, “síndrome” no es un término del todo correcto, pues no presenta las características clínicas para que se le denomine de esta forma. La característica principal son las distorsiones cognitivas (formas erróneas de interpretar información, como la realidad) basadas en creencias de incompetencia, donde está ampliamente comprometida el autoestima.
Es lógico suponer que lo único necesario para curarse es adquirir conciencia del problema. Aceptar los defectos, errores y respetar limitaciones parecen actitudes simples, pero no para aquellos que se sienten profundamente inferiores.
Echar mano de un mentor profesional, que asesore tanto en retroalimentación buena como mala, es una solución interesante para intentar poner los pies en la tierra, principalmente si este sentimiento está dirigido al ámbito profesional. Pero la psicología tiene una forma mucho más efectiva de hacer frente al problema: se conoce como Terapia Cognitivo Conductual (TCC).
Terapia Cognitivo Conductual
Estas creencias de que las personas poseen cualidades inferiores a las que realmente tienen, conduciéndolas a ignorar los ambientes que le otorgan valor, elogian y reconocen sus cualidades, son aspectos que la Terapia Cognitivo Conductual refiere como “esquemas”, principios duraderos que se forman al comienzo de la infancia a partir de experiencias de vida particulares.
Traumas, éxito y educación hacen que desarrollemos una serie de creencias respecto a nosotros mismos, de los demás y del futuro.
El papel de la Terapia Cognitivo Conductual, a través de sus técnicas, es identificar estas creencias en el paciente y llevar a cabo una reestructuración cognitiva. La terapia debe cuestionar aquello que la persona cree para que entienda que está desfasado de la realidad. Más allá del diálogo, lo más efectivo es hacer que el propio sujeto descubra una distorsión en su visión. Eventualmente debe proponérsele que piense en conclusiones alternativas y, más adelante, terminará volviéndose capaz de interpretar mejor los hechos en su entorno.
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