Una extraña aparición en Nueva York
En 1950, un hombre vestido a la usanza victoriana apareció en el Times Square de Nueva York. De acuerdo con los testigos, parecía un tanto confundido. Nadie le puso mayor atención hasta que, algunos minutos después, se atravesó en la avenida y fue atropellado por un auto.
Objetos de otro tiempo
Los oficiales que levantaron el cuerpo revisaron sus cosas para identificarlo, pero lo que encontraron parecía no tener sentido: un pequeño “token” de metal, válido por una cerveza, en donde aparecía el nombre de un salón que nadie, ni siquiera los habitantes más viejos de la ciudad (a quienes les preguntaron, conocía; un recibo por el cuidado de un caballo y el lavado de un carruaje en un establo en la Avenida Lexington que no aparecía en ninguna libreta de direcciones; certificados por alrededor de 70 dólares en cuentas bancarias; tarjetas de negocios con el nombre Rudolph Fentz y una dirección en la Quinta Avenida; y una carta enviada a su dirección en junio de 1876, desde Filadelfia.
Lo más interesante del asunto era que, a pesar de su antigüedad, ninguno de los objetos mostraba señales de deterioro. Intrigado, el Capitán Hubert Rihm de la policía decidió llevar a cabo una investigación para desenredar el caso.
La búsqueda del sujeto
En primer lugar el agente contactó la dirección de la Quinta Avenida, que resultó ser un negocio en el que nadie había oído hablar de Rudolph Fentz. Frustrado, decidió buscar el nombre y efectivamente encontró una dirección a nombre de un Rudolph Fentz Jr. Cuando llamó, le dijeron que el hombre ya no vivía allí.
Sin embargo, estaba sobre la pista. Logró encontrar la cuenta bancaria del hombre, lo que lo llevó a preguntar en las oficinas del banco donde le informaron que había muerto 5 años atrás, pero que su esposa aún vivía. El agente se comunicó con ella, quién le informó que su suegro, llamado igual que su esposo, había desaparecido en 1876¸ a la edad de 29 años. El caso entonces quedó cerrado. Aparentemente, un hombre de 1876 había aparecido en el Times Square de Nueva York y, tras caminar imprudentemente por la avenida, habría muerto atropellado.
¿Pudo tratarse de un viaje temporal?
El caso de Rudolph Fentz se presenta como un ejemplo común de viajes temporales (o interdimensionales, no estamos seguros) que suceden sin la voluntad de la persona. En algún momento llegó a decirse que era una historia ficticia, basada en un relato de 1954, pero la aparición de esta historia en un periódico en 1951 lo descarta. Por lo que sabemos, Fentz fue un viajero en el tiempo.
Impresionante ¿verdad? Lo sería si la historia fuera cierta, una lástima, resultó no ser más que un Hoax, curiosa palabra inglesa, que definiré más adelante y que agrupa los bulos, patrañas, cuentos y rumores que abundan por doquier. La historia de Rudolf Fenz fue repetida innumerables veces en muchos medios de comunicación, de diferentes formas, con fechas muy variadas, cambiando incluso el nombre del protagonista. Pero todas ellas daban por hecho que se trataba de una historia verídica, totalmente contrastada, con infinidad de datos muy concretos que “alguien” seguro que había investigado ya. Ese alguien nunca existió, hasta que llegó un intrépido londinense afincado en Madrid. Entonces todo se aclaró, el velo del misterio se rasgó y la farsa fue desmontada. Rudolf Fenz nunca existió, no hubo crononauta, sólo la imaginación de un mediocre escritor de ciencia ficción y los deseos ciegos de creer por parte de muchas generaciones de periodistas y lectores. El cazador de crononautas se llama Chris Aubeck y su implacable tenacidad sigue dando frutos.
Chris, interesado en el fantástico caso, dedicó varios meses a recopilar toda la información disponible sobre el mismo. Logró encontrar, sobre todo en Internet, hasta diez versiones diferentes entre sí, pero que conservaban el armazón fundamental de la historia. En el papel impreso la búsqueda no fue tan fructífera. Resultó que fuera de España el caso era casi desconocido, cuando por lógica debiera de ser en los Estados Unidos donde más información se podría localizar. Con un atropello, informe policial, fotografía del desaparecido en 1876, autopsia y otros mil detalles, ¿cómo era posible que el caso fuera tan poco conocido en tierras norteamericanas? Aubeck fue punzado por la intuición: posiblemente todo se trataba de un montaje. Sólo logró encontrar un artículo impreso en inglés, las demás referencias en ese idioma sobre el caso Fenz provenían de Internet. A partir de aquí comenzó la odisea de Chris para localizar la fuente original, cosa que no resultó nada fácil. Desde el libro de Joaquín Gómez Burón, Los Enigmas Pendientes, que vio la luz en 1979, fueron decenas las publicaciones españolas en las que se mostró el caso Fenz como algo indiscutiblemente real, con un montón de pruebas tras de sí, unas pruebas que nadie había visto jamás. Burón bebió de una fuente francesa, un libro de Jacques Bergier y Georges H. Gallet publicado en 1975. Poco a poco, tirando del hilo, Aubeck fue desmadejando el ovillo, libro tras libro, artículo tras artículo. Unos se basaban en otros y, de esa forma, seguramente se podría llegar a la fuente original. Como buen rumor que se precie de serlo, cuanto más atrás en el tiempo investigaba, más se enrarecía la cuestión. En unos casos los apellidos cambiaban, de Fenz a Fentz, de Rihn a Rihm. Esto se podía achacar a las traducciones. Pero es que, para más gracia, cada cual añadía pequeños aliños a su gusto, como la hora de aparición de Fenz en medio de la calle, testigos que hablaban del atropello y que decían que había aparecido de la nada o más datos sobre el sabueso Rihm y sus desvelos tras las esquivas pistas del crononauta. De España a Francia, de ahí a Italia, para continuar en Noruega. La cosa se ponía interesante, las fuentes saltaban de un país a otro como si se tratara de espías internacionales. La fuente original parecía encontrarse en un artículo publicado en los Estados Unidos para The Journal of Borderland Research, en la edición mayo/junio de 1972. Su autor, Vincent H. Gaddis relataba el caso en primera persona y además se atrevía a comentar el significado oculto del caso, anotando que su fuente inicial había sido el difunto Ralph M. Holland, de la revista Collier´s.
Para los redactores de Borderland Sciences, el salto en el tiempo protagonizado por Fentz, o Fenz si se prefiere, había sido cosa de la “cuarta dimensión” y, según les informó una médium, los extraterrestres, cómo no, andaban por el medio. Aubeck se propuso descubrir quién era Ralph M. Holland. Este norteamericano nació en 1899, estudió periodismo y escribió muchas historias de ciencia ficción que se publicaron en varias revistas, incluida una fundada por él mismo, The Science-Fiction Review. Era también un fantasioso “contactado” que bajo el seudónimo de Rolf Telano publicó varios libros en los que afirmaba relacionarse con un extraterrestre llamado Borealis. Sus tramas son delirantes, mezclando mitología pseudoufológica con relatos de la Atlántica o Lemuria. Con el caso Fentz, Holland y la Borderland intentaron atraer al público hacia sus fantasías sobre la cuarta dimensión, generando una leyenda perdurable. Aun así, Holland no fue el iniciador del caso, sino que éste se basó en una obra de ficción que un escritor más conocido llamado Jack Finney había publicado en 1951. Formando parte de un relato corto titulado Estoy asustado , la imaginaria historia de Rudolf Fentz, con casi todos sus detalles, surgió de la fantasiosa mente de Finney, nunca fue real. Este escritor, fallecido en 1995, no es un desconocido en el mundo de la ciencia ficción. Fue muy prolífico y su tema favorito era, como no podía ser menos, el viaje en el tiempo. La famosa película Invasión de los Ultracuerpos se basó en uno de sus cuentos cortos publicado en Collier´s en diciembre de 1954.
En 1950, un hombre vestido a la usanza victoriana apareció en el Times Square de Nueva York. De acuerdo con los testigos, parecía un tanto confundido. Nadie le puso mayor atención hasta que, algunos minutos después, se atravesó en la avenida y fue atropellado por un auto.
Objetos de otro tiempo
Los oficiales que levantaron el cuerpo revisaron sus cosas para identificarlo, pero lo que encontraron parecía no tener sentido: un pequeño “token” de metal, válido por una cerveza, en donde aparecía el nombre de un salón que nadie, ni siquiera los habitantes más viejos de la ciudad (a quienes les preguntaron, conocía; un recibo por el cuidado de un caballo y el lavado de un carruaje en un establo en la Avenida Lexington que no aparecía en ninguna libreta de direcciones; certificados por alrededor de 70 dólares en cuentas bancarias; tarjetas de negocios con el nombre Rudolph Fentz y una dirección en la Quinta Avenida; y una carta enviada a su dirección en junio de 1876, desde Filadelfia.
Lo más interesante del asunto era que, a pesar de su antigüedad, ninguno de los objetos mostraba señales de deterioro. Intrigado, el Capitán Hubert Rihm de la policía decidió llevar a cabo una investigación para desenredar el caso.
La búsqueda del sujeto
En primer lugar el agente contactó la dirección de la Quinta Avenida, que resultó ser un negocio en el que nadie había oído hablar de Rudolph Fentz. Frustrado, decidió buscar el nombre y efectivamente encontró una dirección a nombre de un Rudolph Fentz Jr. Cuando llamó, le dijeron que el hombre ya no vivía allí.
Sin embargo, estaba sobre la pista. Logró encontrar la cuenta bancaria del hombre, lo que lo llevó a preguntar en las oficinas del banco donde le informaron que había muerto 5 años atrás, pero que su esposa aún vivía. El agente se comunicó con ella, quién le informó que su suegro, llamado igual que su esposo, había desaparecido en 1876¸ a la edad de 29 años. El caso entonces quedó cerrado. Aparentemente, un hombre de 1876 había aparecido en el Times Square de Nueva York y, tras caminar imprudentemente por la avenida, habría muerto atropellado.
¿Pudo tratarse de un viaje temporal?
El caso de Rudolph Fentz se presenta como un ejemplo común de viajes temporales (o interdimensionales, no estamos seguros) que suceden sin la voluntad de la persona. En algún momento llegó a decirse que era una historia ficticia, basada en un relato de 1954, pero la aparición de esta historia en un periódico en 1951 lo descarta. Por lo que sabemos, Fentz fue un viajero en el tiempo.
Impresionante ¿verdad? Lo sería si la historia fuera cierta, una lástima, resultó no ser más que un Hoax, curiosa palabra inglesa, que definiré más adelante y que agrupa los bulos, patrañas, cuentos y rumores que abundan por doquier. La historia de Rudolf Fenz fue repetida innumerables veces en muchos medios de comunicación, de diferentes formas, con fechas muy variadas, cambiando incluso el nombre del protagonista. Pero todas ellas daban por hecho que se trataba de una historia verídica, totalmente contrastada, con infinidad de datos muy concretos que “alguien” seguro que había investigado ya. Ese alguien nunca existió, hasta que llegó un intrépido londinense afincado en Madrid. Entonces todo se aclaró, el velo del misterio se rasgó y la farsa fue desmontada. Rudolf Fenz nunca existió, no hubo crononauta, sólo la imaginación de un mediocre escritor de ciencia ficción y los deseos ciegos de creer por parte de muchas generaciones de periodistas y lectores. El cazador de crononautas se llama Chris Aubeck y su implacable tenacidad sigue dando frutos.
Chris, interesado en el fantástico caso, dedicó varios meses a recopilar toda la información disponible sobre el mismo. Logró encontrar, sobre todo en Internet, hasta diez versiones diferentes entre sí, pero que conservaban el armazón fundamental de la historia. En el papel impreso la búsqueda no fue tan fructífera. Resultó que fuera de España el caso era casi desconocido, cuando por lógica debiera de ser en los Estados Unidos donde más información se podría localizar. Con un atropello, informe policial, fotografía del desaparecido en 1876, autopsia y otros mil detalles, ¿cómo era posible que el caso fuera tan poco conocido en tierras norteamericanas? Aubeck fue punzado por la intuición: posiblemente todo se trataba de un montaje. Sólo logró encontrar un artículo impreso en inglés, las demás referencias en ese idioma sobre el caso Fenz provenían de Internet. A partir de aquí comenzó la odisea de Chris para localizar la fuente original, cosa que no resultó nada fácil. Desde el libro de Joaquín Gómez Burón, Los Enigmas Pendientes, que vio la luz en 1979, fueron decenas las publicaciones españolas en las que se mostró el caso Fenz como algo indiscutiblemente real, con un montón de pruebas tras de sí, unas pruebas que nadie había visto jamás. Burón bebió de una fuente francesa, un libro de Jacques Bergier y Georges H. Gallet publicado en 1975. Poco a poco, tirando del hilo, Aubeck fue desmadejando el ovillo, libro tras libro, artículo tras artículo. Unos se basaban en otros y, de esa forma, seguramente se podría llegar a la fuente original. Como buen rumor que se precie de serlo, cuanto más atrás en el tiempo investigaba, más se enrarecía la cuestión. En unos casos los apellidos cambiaban, de Fenz a Fentz, de Rihn a Rihm. Esto se podía achacar a las traducciones. Pero es que, para más gracia, cada cual añadía pequeños aliños a su gusto, como la hora de aparición de Fenz en medio de la calle, testigos que hablaban del atropello y que decían que había aparecido de la nada o más datos sobre el sabueso Rihm y sus desvelos tras las esquivas pistas del crononauta. De España a Francia, de ahí a Italia, para continuar en Noruega. La cosa se ponía interesante, las fuentes saltaban de un país a otro como si se tratara de espías internacionales. La fuente original parecía encontrarse en un artículo publicado en los Estados Unidos para The Journal of Borderland Research, en la edición mayo/junio de 1972. Su autor, Vincent H. Gaddis relataba el caso en primera persona y además se atrevía a comentar el significado oculto del caso, anotando que su fuente inicial había sido el difunto Ralph M. Holland, de la revista Collier´s.
Para los redactores de Borderland Sciences, el salto en el tiempo protagonizado por Fentz, o Fenz si se prefiere, había sido cosa de la “cuarta dimensión” y, según les informó una médium, los extraterrestres, cómo no, andaban por el medio. Aubeck se propuso descubrir quién era Ralph M. Holland. Este norteamericano nació en 1899, estudió periodismo y escribió muchas historias de ciencia ficción que se publicaron en varias revistas, incluida una fundada por él mismo, The Science-Fiction Review. Era también un fantasioso “contactado” que bajo el seudónimo de Rolf Telano publicó varios libros en los que afirmaba relacionarse con un extraterrestre llamado Borealis. Sus tramas son delirantes, mezclando mitología pseudoufológica con relatos de la Atlántica o Lemuria. Con el caso Fentz, Holland y la Borderland intentaron atraer al público hacia sus fantasías sobre la cuarta dimensión, generando una leyenda perdurable. Aun así, Holland no fue el iniciador del caso, sino que éste se basó en una obra de ficción que un escritor más conocido llamado Jack Finney había publicado en 1951. Formando parte de un relato corto titulado Estoy asustado , la imaginaria historia de Rudolf Fentz, con casi todos sus detalles, surgió de la fantasiosa mente de Finney, nunca fue real. Este escritor, fallecido en 1995, no es un desconocido en el mundo de la ciencia ficción. Fue muy prolífico y su tema favorito era, como no podía ser menos, el viaje en el tiempo. La famosa película Invasión de los Ultracuerpos se basó en uno de sus cuentos cortos publicado en Collier´s en diciembre de 1954.
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