En ese libro, Sagan enumera nueve reglas del pensamiento escéptico:
- Siempre que sea posible debe haber una confirmación independiente de los «hechos».
- Estimular un exhaustivo debate involucrando a los defensores y detractores mejor informados, desde todos los puntos de vista.
- Los argumentos de autoridad tienen poco peso. Las «autoridades» han cometido errores en el pasado. Lo harán de nuevo en el futuro. Puede que sea mas correcto decir que en la ciencia no hay autoridades; como máximo, hay expertos.
- Barajar más de una hipótesis. Si hay algo que explicar, piense en todas las diferentes formas en las que se podría hacer. Luego piense en formas con las que poner a prueba y poder refutar sistemáticamente cada una de las alternativas. Lo que sobrevive, la hipótesis que resiste la refutación en esta selección darwiniana entre «múltiples hipótesis de trabajo», tiene la mejor oportunidad de ser la respuesta correcta que si simplemente se hubiera quedado con la primera idea que pasó por su mente.
- Intente no encariñarse con una hipótesis sólo porque es la suya. No es más que una estación de paso en la búsqueda del conocimiento. Pregúntese por qué le gusta la idea. Compárela a fondo con las alternativas. Vea si se pueden encontrar razones para rechazarla. Si usted no lo hace, otros si lo harán.
- Cuantificar. Si aquello a lo que se busca explicación es susceptible de medirse, de atribuirle alguna cantidad numérica, tendrá mucha más capacidad para ser discriminada entre hipótesis rivales. Lo que es ambiguo y cualitativo está abierto a muchas explicaciones. Por supuesto que hay verdades que han de ser buscadas en numerosos ámbitos cualitativos a los que estamos obligados a enfrentarnos, pero encontrarlas es más difícil.
- Si hay una cadena de argumentos, todos los eslabones deben ser correctos (incluyendo la premisa) —no sólo la mayoría de ellos .
- Navaja de Occam. Esta conveniente regla de oro nos insta a elegir la solución más simple cuando se enfrentan dos hipótesis, que explican igualmente bien los datos.
- Siempre pregúntese si la hipótesis puede ser, al menos en principio, falsable. Las proposiciones que son incontrastables o infalsables no sirven de mucho. Considérese la abrumadora idea de que nuestro universo y todo en él es sólo una partícula elemental —un electrón, por ejemplo— en un cosmos mucho más grande.Pero, si nunca podemos adquirir información de fuera de nuestro universo, ¿cómo se puede saber si es cierto o no? Se ha de ser capaz de verificar las afirmaciones. Hasta el mayor de los escépticos ha de tener la oportunidad de seguir su razonamiento, de forma que pueda repetir el experimento y ver si consigue el mismo resultado.
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