Manuel Belgrano (1770-1820) |
En la memoria colectiva subyace la idea de que fue Domingo Faustino Sarmiento el propulsor de la educación en el país. Que antes de él, poco o nada se había logrado en la materia, y que siendo gobernador de San Juan o presidente de la Argentina, la enseñanza nacional había alcanzado su consagración.
Tengamos en cuenta que Sarmiento fue gobernador de San Juan desde 1862 hasta 1864, y llegó a la presidencia de la nación en 1868. Nos preguntamos: ¿no hubo avances en materia educativa antes de 1862? ¿No se crearon escuelas, universidades o establecimientos similares en la etapa colonial o durante el período federal? Al parecer, una aguda miopía recorre los primeros años de la patria ya independiente, en donde los datos suelen ser vagos, imprecisos y hasta ocultados con infamante barbaridad.
Aquella miopía histórica pone ante nuestros ojos a un Manuel Belgrano como creador de la enseña patria en 1812 y nada más. No se profundizó el estudio de sus campañas militares en el Alto Perú, donde alternó victorias y retiradas. O la campaña que dirigió, con suerte magra, en el Paraguay. O su paso por la Primera Junta de Gobierno, donde los libros apenas lo nombran. ¿Qué pasaría si a todo esto agregamos que Manuel Belgrano fue, en verdad, el padre de la educación argentina?
Cuando fue secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires, entre 1794 y 1810, Belgrano hizo valiosos aportes para el fomento de la agricultura, la industria y el comercio, pero no fue sino a partir de marzo de 1810, dos meses antes de la Revolución de Mayo, que el prócer empezó a escribir sobre aspectos específicamente educativos. Manuel Belgrano, que había vivido muchos años en España, dejó a un lado el despotismo ilustrado y la consecuente aristocratización de la cultura que habían resurgido a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Al arribar a tierras criollas comprendió la realidad social argentina, dedicándose a una labor hasta entonces desconocida: la intensificación de la agricultura, de la educación, del trabajo para los artesanos, de escuelas para el mejoramiento de la moral y el aprendizaje de las más comunes labores domésticas, etc., etc.
En 1799, Manuel Belgrano creó una escuela de náutica y otra de geometría y dibujo, al tiempo que se ocupó de darles a los jóvenes los estímulos necesarios para que se capaciten y lleven a cabo mejores actividades mercantiles. Incluso se le reconoce como pionero de numerosas e importantes publicaciones, como ser el “Telégrafo Mercantil” (1801), considerado el primer periódico de Buenos Aires. Fue colaborador, asimismo, del “Semanario de Agricultura, Comercio e Industria”, y más adelante, en tiempos del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, ayudó a crear el “Correo de Comercio de Buenos Aires”, mediante el cual plasmó diversos artículos relacionados a la educación, la estadística, la navegación y varios temas más.
Conceptos sobre educación
Como primer educador autóctono, el creador de la bandera nacional puso énfasis en la escuela pública gratuita. Ésta debía ser un pilar de moralidad y tenía que tener como misión fundamental la de alfabetizar a toda la población, cualquiera sea la procedencia social de sus habitantes.
Desde las hojas del Correo de Comercio de Buenos Aires, Belgrano descargaba su bronca contra la catastrófica situación que vivía la educación en general, y este cuadro desalentador se lo endilgaba a “la época desgraciada que acabamos de correr y sobre la cual mejor echar un velo para no conmover más nuestros corazones”. Sentencias como ésta, seguramente se vieron influenciadas por el rol revolucionario que le cupo a Manuel Belgrano en la hora decisiva de Mayo de 1810, destinada a eliminar los vestigios de la etapa virreinal que la precedía.
En la edición del 17 de marzo de 1810, el patriota decía que “casi se podrá asegurar que los Pampas viven mejor, porque al fin tienen sus reglas con qué gobernarse, conocen una autoridad que los ha de premiar o castigar si faltan a ellas, y el ojo celador del cacique está sobre ellos: no así los nuestros entregados a sí mismos, sin haber oído acaso la voz de su pastor eclesiástico, dejan obrar sus pasiones y viven en la decantada vida natural en que todo es un abandono y un desastre perpetuo”.
Belgrano sostenía que los antiguos reinados de Europa se empeñaron en la profundización de los “establecimientos de educación y no ha habido colonias en todo el universo, a quienes sus conquistadores hayan proporcionado tantos beneficios”. En cambio, al irrumpir en el viejo mundo el Despotismo Ilustrado “es cuando hemos visto mirar con el mayor abandono este ramo de la felicidad pública en estos países [virreinatos americanos], ya destruyendo lo establecido, ya negando los nuevos establecimientos de educación que se proponían”, afirmaba Belgrano.
Bregaba, asimismo, por “tratar de atender a una necesidad tan urgente, como es la que estamos de establecimientos de enseñanza, para cooperar con las ideas de nuestro sabio Gobierno a la propagación de los conocimientos”. En lo concerniente a la formación moral del hombre argentino, Belgrano sostenía que debía hacerse “con aquellas nociones más generales y precisas con que en adelante pueda ser útil al Estado”.
Ya el 24 de marzo de 1810, también desde las páginas del Correo de Comercio de Buenos Aires, Manuel Belgrano propugnaba la fundación de escuelas primarias en las ciudades, villas y parroquias de la campaña, utilizando para ello fondos públicos. En la campaña “residen los principales contribuyentes a aquellos ramos [de la educación] y a quienes de justicia se les debe una retribución tan necesaria”, manifestaba. Aquí es notable el concepto belgraniano de la educación: tenía que ser para todos los sectores por igual, sin distinciones.
En la misma fecha reclamaba: “Obliguen los jueces a los padres a que manden sus hijos a la escuela, por todos los medios que la prudencia es capaz de dictar, y si hubiere algunos que desconociendo tan sagrada obligación se resistieren a su cumplimiento, como verdaderos padres que son de la patria, tomen a su cargo los hijos de ella y pónganlos al cuidado de personas que los atiendan”. Los hombres de la Iglesia tenían que predicar “acerca del deber de la enseñanza a los hijos; estimulen a los padres para que les den tan arreglada dirección, valiéndose de los medios que proporciona su influencia en los espíritus”, decía. Quería Belgrano que los maestros “sean virtuosos y puedan con su ejemplo dar lecciones prácticas a la niñez y juventud y dirigirlos por el camino de la Santa Religión y del honor”.
Sin embargo, tan nobles conceptos apenas sí pudieron cumplirse en la realidad, pues los acontecimientos revolucionarios se dieron vertiginosamente, de modo relampagueante, todo lo cual impidió su completa realización. El propio Belgrano tuvo que salir a hacer campañas militares en los años posteriores e inmediatos a 1810, que se van a prolongar hasta 1815, cuando deja la actuación militar y pasa a desempeñarse como diplomático en Europa, regresando a nuestras tierras de forma intermitente, esporádica.
Entre la enseñanza y la milicia
De todas maneras, ni siquiera su rol de militar le impidió al creador de la bandera acordarse de la educación y su puesta en marcha. En agosto de 1810, y por iniciativa de Belgrano, quien para la época ya era vocal de la Primera Junta, se resuelve fundar la Escuela de Matemáticas, destinado a la preparación de oficiales del ejército. La escuela fue inaugurada el 12 de septiembre de 1810, en uno de los salones del Consulado, con gran presencia de público. Sería su primer director el coronel Felipe Sentenach, el cual elaboró un plan de estudios que fue aprobado por los miembros del primer gobierno patrio.
El día de la inauguración, hicieron uso de la palabra Manuel Belgrano –designado primer inspector del establecimiento-, el coronel Sentenach y, seguidamente, el padre Zambrana. Las vicisitudes surgidas al calor de los sucesos posteriores al 25 de mayo de 1810 determinaron que, en 1812, Felipe Sentenach fuera ahorcado en Plaza de Mayo por habérsele implicado como conspirador que deseaba el derrocamiento del Primer Triunvirato junto con Martín de Álzaga.
Clausurada ese mismo año, la Escuela de Matemáticas reabrió en 1816 bajo la dirección de Felipe Senillosa, la que contó con una división de diecinueve alumnos. Tres años más tarde, tendría lugar el primer curso de pilotaje.
Al ser designado como jefe del Ejército del Norte (o Auxiliar del Perú), Belgrano mandó fundar un periódico que se llamó “Diario Militar”, pionero en su tipo. El 12 de marzo de 1818, la nombrada publicación sacó la siguiente reseña: “Ayer 11 –de marzo de 1818- se presentó al público un espectáculo interesante y que manifiesta los grandes destinos á que la Patria se elevará por sus hijos. Los Caballeros Cadetes que cursan la Academia de Matemáticas fueron examinados en toda la aritmética á presencia del Exmo. S. Gral. en Gefe, S. Governador de la Provincia, Ylustre Ayuntamiento, todo el Estado mayor del Exto. SS. Xefes y oficiales de los cuerpos y de un numeroso concurso de vecinos de todas profesiones…”.
Tras erigirse como vencedor en la batalla de Salta el 20 de febrero de 1813, el general Manuel Belgrano es distinguido por la Asamblea General Constituyente con un decreto fechado el 8 de marzo de ese mismo año por el cual se le otorgó un sable de oro y 40.000 pesos fuertes de la época. En un gesto poco usual en la historia argentina, Belgrano destinó esa suma de dinero para la construcción de cuatro escuelas en las provincias argentinas de Jujuy, Tarija, Tucumán y Salta –o, en vez de esta última, Santiago del Estero, según las fuentes consultadas-. En ellas, a los niños argentinos se les enseñaría “a leer y escribir, la aritmética y la doctrina cristiana y los primeros rudimentos de los derechos y obligaciones del hombre en sociedad, hacia ésta y al gobierno que rige”.
En un reglamento que para la ocasión dictó el propio Manuel Belgrano, decía que “el maestro debe ser dechado de amor al orden, amor a la virtud y a las ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, despego del interés, desprecio a la profusión y lujo en el vestir y demás necesidades de la vida y un espíritu nacional que le haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la condición de americano que la de extranjero”. Tales conceptos, esbozados en los primeros años del siglo XIX, fácilmente tendrían una brillante aplicación en el presente.
Sin embargo, fue tan realista en sus decisiones que, considerando los peligros a que se veía expuesta la Revolución de Mayo y sus principios debido a la escasez de recursos para proveer de armamento a las tropas, desde la Villa del Luján envió un oficio al gobierno de Buenos Aires el 18 de junio de 1814 cediendo para gastos militares la suma que él había destinado a la fundación de escuelas.
Casi al final de su existencia, y en carta dirigida a su amigo y camarada de armas Tomás Guido el 24 de diciembre de 1818, Belgrano le hacía ver los logros que la instrucción había cimentado en las tropas nacionales de entonces: “…Quiero conversar un poco más con V. y hacerle saber que ya cuenta este Ejército con jóvenes aprovechados en su Academia de Matemáticas, y que les ha entrado con mucho calor a los oficiales, el deseo de aprender, en término que pienso dentro de tres meses, tener una docena de ingenieros que han de hacer honor a la Nación”.
Al estudiar profundamente a Manuel Belgrano, notamos que se trató de un educador excepcional no reconocido que, ante cada situación que le tocó vivir, sea en la milicia o como funcionario de una junta gubernativa, intentó propiciar las ventajas de la formación y la instrucción educativas. A los habitantes de la patria naciente, había que hacerlos hombres morales y honrados; a los soldados y milicianos había que prepararlos para que sean los futuros oficiales del ejército nacional. De cara al Bicentenario de la patria, el redescubrimiento del general Manuel Belgrano merece ser fomentado para que sirva de ejemplo a la población argentina en su totalidad. No son épocas para quedarnos con la acartonada versión que de él nos ha ofrecido en todo este tiempo la historiografía dominante.
Autor: Gabriel O. Turone
Bibliografía
Batalla de Salta – Portal de historia argentina www.revisionistas.com.ar.
Belgrano, General Manuel. “Escritos Económicos”, Círculo Militar, Buenos Aires, Octubre de 1963.
Portal www.revisionistas.com.ar
Quartaruolo, V. Mario. “Belgrano y el Ejército Auxiliar del Perú”, Todo es Historia, Año VIII, N° 87, Agosto de 1974.
Rivas, Marcos P. “Sarmiento. Mito y Realidad”, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires, Abril de 1961.
Tengamos en cuenta que Sarmiento fue gobernador de San Juan desde 1862 hasta 1864, y llegó a la presidencia de la nación en 1868. Nos preguntamos: ¿no hubo avances en materia educativa antes de 1862? ¿No se crearon escuelas, universidades o establecimientos similares en la etapa colonial o durante el período federal? Al parecer, una aguda miopía recorre los primeros años de la patria ya independiente, en donde los datos suelen ser vagos, imprecisos y hasta ocultados con infamante barbaridad.
Aquella miopía histórica pone ante nuestros ojos a un Manuel Belgrano como creador de la enseña patria en 1812 y nada más. No se profundizó el estudio de sus campañas militares en el Alto Perú, donde alternó victorias y retiradas. O la campaña que dirigió, con suerte magra, en el Paraguay. O su paso por la Primera Junta de Gobierno, donde los libros apenas lo nombran. ¿Qué pasaría si a todo esto agregamos que Manuel Belgrano fue, en verdad, el padre de la educación argentina?
Cuando fue secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires, entre 1794 y 1810, Belgrano hizo valiosos aportes para el fomento de la agricultura, la industria y el comercio, pero no fue sino a partir de marzo de 1810, dos meses antes de la Revolución de Mayo, que el prócer empezó a escribir sobre aspectos específicamente educativos. Manuel Belgrano, que había vivido muchos años en España, dejó a un lado el despotismo ilustrado y la consecuente aristocratización de la cultura que habían resurgido a finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Al arribar a tierras criollas comprendió la realidad social argentina, dedicándose a una labor hasta entonces desconocida: la intensificación de la agricultura, de la educación, del trabajo para los artesanos, de escuelas para el mejoramiento de la moral y el aprendizaje de las más comunes labores domésticas, etc., etc.
En 1799, Manuel Belgrano creó una escuela de náutica y otra de geometría y dibujo, al tiempo que se ocupó de darles a los jóvenes los estímulos necesarios para que se capaciten y lleven a cabo mejores actividades mercantiles. Incluso se le reconoce como pionero de numerosas e importantes publicaciones, como ser el “Telégrafo Mercantil” (1801), considerado el primer periódico de Buenos Aires. Fue colaborador, asimismo, del “Semanario de Agricultura, Comercio e Industria”, y más adelante, en tiempos del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, ayudó a crear el “Correo de Comercio de Buenos Aires”, mediante el cual plasmó diversos artículos relacionados a la educación, la estadística, la navegación y varios temas más.
Conceptos sobre educación
Como primer educador autóctono, el creador de la bandera nacional puso énfasis en la escuela pública gratuita. Ésta debía ser un pilar de moralidad y tenía que tener como misión fundamental la de alfabetizar a toda la población, cualquiera sea la procedencia social de sus habitantes.
Desde las hojas del Correo de Comercio de Buenos Aires, Belgrano descargaba su bronca contra la catastrófica situación que vivía la educación en general, y este cuadro desalentador se lo endilgaba a “la época desgraciada que acabamos de correr y sobre la cual mejor echar un velo para no conmover más nuestros corazones”. Sentencias como ésta, seguramente se vieron influenciadas por el rol revolucionario que le cupo a Manuel Belgrano en la hora decisiva de Mayo de 1810, destinada a eliminar los vestigios de la etapa virreinal que la precedía.
En la edición del 17 de marzo de 1810, el patriota decía que “casi se podrá asegurar que los Pampas viven mejor, porque al fin tienen sus reglas con qué gobernarse, conocen una autoridad que los ha de premiar o castigar si faltan a ellas, y el ojo celador del cacique está sobre ellos: no así los nuestros entregados a sí mismos, sin haber oído acaso la voz de su pastor eclesiástico, dejan obrar sus pasiones y viven en la decantada vida natural en que todo es un abandono y un desastre perpetuo”.
Belgrano sostenía que los antiguos reinados de Europa se empeñaron en la profundización de los “establecimientos de educación y no ha habido colonias en todo el universo, a quienes sus conquistadores hayan proporcionado tantos beneficios”. En cambio, al irrumpir en el viejo mundo el Despotismo Ilustrado “es cuando hemos visto mirar con el mayor abandono este ramo de la felicidad pública en estos países [virreinatos americanos], ya destruyendo lo establecido, ya negando los nuevos establecimientos de educación que se proponían”, afirmaba Belgrano.
Bregaba, asimismo, por “tratar de atender a una necesidad tan urgente, como es la que estamos de establecimientos de enseñanza, para cooperar con las ideas de nuestro sabio Gobierno a la propagación de los conocimientos”. En lo concerniente a la formación moral del hombre argentino, Belgrano sostenía que debía hacerse “con aquellas nociones más generales y precisas con que en adelante pueda ser útil al Estado”.
Ya el 24 de marzo de 1810, también desde las páginas del Correo de Comercio de Buenos Aires, Manuel Belgrano propugnaba la fundación de escuelas primarias en las ciudades, villas y parroquias de la campaña, utilizando para ello fondos públicos. En la campaña “residen los principales contribuyentes a aquellos ramos [de la educación] y a quienes de justicia se les debe una retribución tan necesaria”, manifestaba. Aquí es notable el concepto belgraniano de la educación: tenía que ser para todos los sectores por igual, sin distinciones.
En la misma fecha reclamaba: “Obliguen los jueces a los padres a que manden sus hijos a la escuela, por todos los medios que la prudencia es capaz de dictar, y si hubiere algunos que desconociendo tan sagrada obligación se resistieren a su cumplimiento, como verdaderos padres que son de la patria, tomen a su cargo los hijos de ella y pónganlos al cuidado de personas que los atiendan”. Los hombres de la Iglesia tenían que predicar “acerca del deber de la enseñanza a los hijos; estimulen a los padres para que les den tan arreglada dirección, valiéndose de los medios que proporciona su influencia en los espíritus”, decía. Quería Belgrano que los maestros “sean virtuosos y puedan con su ejemplo dar lecciones prácticas a la niñez y juventud y dirigirlos por el camino de la Santa Religión y del honor”.
Sin embargo, tan nobles conceptos apenas sí pudieron cumplirse en la realidad, pues los acontecimientos revolucionarios se dieron vertiginosamente, de modo relampagueante, todo lo cual impidió su completa realización. El propio Belgrano tuvo que salir a hacer campañas militares en los años posteriores e inmediatos a 1810, que se van a prolongar hasta 1815, cuando deja la actuación militar y pasa a desempeñarse como diplomático en Europa, regresando a nuestras tierras de forma intermitente, esporádica.
Entre la enseñanza y la milicia
De todas maneras, ni siquiera su rol de militar le impidió al creador de la bandera acordarse de la educación y su puesta en marcha. En agosto de 1810, y por iniciativa de Belgrano, quien para la época ya era vocal de la Primera Junta, se resuelve fundar la Escuela de Matemáticas, destinado a la preparación de oficiales del ejército. La escuela fue inaugurada el 12 de septiembre de 1810, en uno de los salones del Consulado, con gran presencia de público. Sería su primer director el coronel Felipe Sentenach, el cual elaboró un plan de estudios que fue aprobado por los miembros del primer gobierno patrio.
El día de la inauguración, hicieron uso de la palabra Manuel Belgrano –designado primer inspector del establecimiento-, el coronel Sentenach y, seguidamente, el padre Zambrana. Las vicisitudes surgidas al calor de los sucesos posteriores al 25 de mayo de 1810 determinaron que, en 1812, Felipe Sentenach fuera ahorcado en Plaza de Mayo por habérsele implicado como conspirador que deseaba el derrocamiento del Primer Triunvirato junto con Martín de Álzaga.
Clausurada ese mismo año, la Escuela de Matemáticas reabrió en 1816 bajo la dirección de Felipe Senillosa, la que contó con una división de diecinueve alumnos. Tres años más tarde, tendría lugar el primer curso de pilotaje.
Al ser designado como jefe del Ejército del Norte (o Auxiliar del Perú), Belgrano mandó fundar un periódico que se llamó “Diario Militar”, pionero en su tipo. El 12 de marzo de 1818, la nombrada publicación sacó la siguiente reseña: “Ayer 11 –de marzo de 1818- se presentó al público un espectáculo interesante y que manifiesta los grandes destinos á que la Patria se elevará por sus hijos. Los Caballeros Cadetes que cursan la Academia de Matemáticas fueron examinados en toda la aritmética á presencia del Exmo. S. Gral. en Gefe, S. Governador de la Provincia, Ylustre Ayuntamiento, todo el Estado mayor del Exto. SS. Xefes y oficiales de los cuerpos y de un numeroso concurso de vecinos de todas profesiones…”.
Tras erigirse como vencedor en la batalla de Salta el 20 de febrero de 1813, el general Manuel Belgrano es distinguido por la Asamblea General Constituyente con un decreto fechado el 8 de marzo de ese mismo año por el cual se le otorgó un sable de oro y 40.000 pesos fuertes de la época. En un gesto poco usual en la historia argentina, Belgrano destinó esa suma de dinero para la construcción de cuatro escuelas en las provincias argentinas de Jujuy, Tarija, Tucumán y Salta –o, en vez de esta última, Santiago del Estero, según las fuentes consultadas-. En ellas, a los niños argentinos se les enseñaría “a leer y escribir, la aritmética y la doctrina cristiana y los primeros rudimentos de los derechos y obligaciones del hombre en sociedad, hacia ésta y al gobierno que rige”.
En un reglamento que para la ocasión dictó el propio Manuel Belgrano, decía que “el maestro debe ser dechado de amor al orden, amor a la virtud y a las ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, despego del interés, desprecio a la profusión y lujo en el vestir y demás necesidades de la vida y un espíritu nacional que le haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la condición de americano que la de extranjero”. Tales conceptos, esbozados en los primeros años del siglo XIX, fácilmente tendrían una brillante aplicación en el presente.
Sin embargo, fue tan realista en sus decisiones que, considerando los peligros a que se veía expuesta la Revolución de Mayo y sus principios debido a la escasez de recursos para proveer de armamento a las tropas, desde la Villa del Luján envió un oficio al gobierno de Buenos Aires el 18 de junio de 1814 cediendo para gastos militares la suma que él había destinado a la fundación de escuelas.
Casi al final de su existencia, y en carta dirigida a su amigo y camarada de armas Tomás Guido el 24 de diciembre de 1818, Belgrano le hacía ver los logros que la instrucción había cimentado en las tropas nacionales de entonces: “…Quiero conversar un poco más con V. y hacerle saber que ya cuenta este Ejército con jóvenes aprovechados en su Academia de Matemáticas, y que les ha entrado con mucho calor a los oficiales, el deseo de aprender, en término que pienso dentro de tres meses, tener una docena de ingenieros que han de hacer honor a la Nación”.
Al estudiar profundamente a Manuel Belgrano, notamos que se trató de un educador excepcional no reconocido que, ante cada situación que le tocó vivir, sea en la milicia o como funcionario de una junta gubernativa, intentó propiciar las ventajas de la formación y la instrucción educativas. A los habitantes de la patria naciente, había que hacerlos hombres morales y honrados; a los soldados y milicianos había que prepararlos para que sean los futuros oficiales del ejército nacional. De cara al Bicentenario de la patria, el redescubrimiento del general Manuel Belgrano merece ser fomentado para que sirva de ejemplo a la población argentina en su totalidad. No son épocas para quedarnos con la acartonada versión que de él nos ha ofrecido en todo este tiempo la historiografía dominante.
Autor: Gabriel O. Turone
Bibliografía
Batalla de Salta – Portal de historia argentina www.revisionistas.com.ar.
Belgrano, General Manuel. “Escritos Económicos”, Círculo Militar, Buenos Aires, Octubre de 1963.
Portal www.revisionistas.com.ar
Quartaruolo, V. Mario. “Belgrano y el Ejército Auxiliar del Perú”, Todo es Historia, Año VIII, N° 87, Agosto de 1974.
Rivas, Marcos P. “Sarmiento. Mito y Realidad”, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires, Abril de 1961.
No hay comentarios:
Publicar un comentario