Se van a herir algunas suceptibilidades.
El señor que va viajando en el estribo del camión de la basura, corriendo, arrojando bolsas al receptáculo es mucho más útil para la sociedad que, por ejemplo, un abogado de patentes. No en términos ideológicos, en bottom line económico puro y duro.
Si alguna extraña dolencia acabara con todos los recolectores de basura del mundo nos encontraríamos -al menos los que vivimos en ciudades- con un problema enorme en solo unas pocas horas o días. Por el contrario, si una plaga similar acabase con todos los abogados de patentes del planeta casi nadie los extrañaría en lo inmediato. En el largo plazo los consumidores se beneficiarian gracias a la caída de precios y al incremento de la competencia e innovación.
Debe concederse: una pequeña fracción de juicios por propiedad intelectual tienen un sustento real y un beneficio global como último fin, pero ¿qué porcentaje representan? Seguramente menos del 1%. En general es solo una herramienta para ofuscar la innovación y ahogar a la competencia.
David Graeber (a quien me hallo leyendo más y más estos días, recomiendo sus libros “Debt: the first 5000 years” y “The democracy project0) expone el problema moderno de los “Bullshit jobs” en los siguientes términos:
En 1930 John Maynard Keynes predijo que para fines del siglo XX la tecnología habría avanzado lo suficiente como para permitir que en países como Gran Bretaña o los Estados Unidos se alcanzara la semana laboral de 15 horas. (…)La Grecia clásica tenía una particularidad: si tenías la suerte de no pertenecer a las clases bajas, esclavos o ser mujer podías contar con una enormidad de tiempo en tus manos para dejar que tu mente divague. Los resultados de ese inusual beneficio todavía son admirados hoy, más de 2000 años más tarde.
Un reporte comparativo de empleo en los Estados Unidos entre 1910 y 2000 nos da una buena idea de lo que ha sucedido: durante el ultimo siglo la cantidad de gente empleada como servicio doméstico, en la industria y en el sector agrícola ha colapsado. Durante ese mismo período los empleados “profesionales, puestos gerenciales, personal de ventas y personal de servicio” se triplicaron, creciendo de “un cuarto a tres cuartas partes del empleo total”. Dicho de otra manera: los trabajos productivos han sucumbido a la automatización, exactamente como fuera predicho [por Keynes]. (…)
Pero en lugar de generar una reducción masiva de horas trabajadas a la semana, liberando horas para que la la población mundial pueda beneficiarse y perseguir sus propios proyectos, placeres, visiones e ideas, hemos visto el crecimiento del, (…) empleo del sector administrativo, al punto de crear industrias nuevas como los servicios financieros y el telemarketing así como impulsar la expansión sin precedentes de sectores del estilo del derecho corporativo, administración académica y de salud, recursos humanos y relaciones públicas. (…)
Casi parecería que hay alguien allí afuera creando trabajos sin sentido solo para mantenernos a todos ocupados. (…)
[Alguien] se ha dado cuenta de que una población productiva y feliz con tiempo libre es un peligro mortal.
Lo mismo sucedió durante el medioevo árabe-musulmán, el renacimiento y la revolución industrial.
La conjunción de tiempo libre e inquietud intelectual es, probablemente, la receta detrás del progreso humano.
“Ocio creativo”, le dicen. La idea no es nueva.
Pero estamos empecinados insistiendo en perder el tiempo de manera sistemática. Burocracias administrativas (estatales y privadas), procesos innecesarios, posiciones inútiles. La lista es enorme.
Entonces el empleado promedio, tras trabajar -o “calentar la silla”- 50 horas a la semana, entumecido por labores con menos sentido práctico que cavar para luego rellenar zanjas, llega a su casa. Secos el espíritu y la mente. Si es afortunado todavía tendrá suficiente energía para disfrutar de su familia por un rato y luego lo invadirá una desesperada necesidad de evadirse, de entretenerse. Y nada más.
Tragedias cotidianas, reproducidas por miles de millones. Creatividad y curiosidad asfixiadas desde la más temprana de las infancias, pérdida de tiempo, de vidas enteras.
No debe confundirse quien lea estas líneas y caer en la tentación de creer que es una loa a la vagancia. Nada más alejado del espíritu de quien escribe.
¿Qué potencial podría desatarse si hubiera menos burócratas y más científicos? ¿Menos empleados de recursos humanos y más artistas (en el verdadero sentido)? ¿Menos telemarketers y más poetas? ¿Menos gerentes medios y más educadores (el uso de “educadores” y no de “maestros” es adrede, son cosas diferentes)?
¿Qué sucedería si dejamos de perder masivamente el tiempo desde las 9 de la mañana hasta las 6 de la tarde?
Podríamos perseguir sueños. Y como bien dice Graeber esa es una idea radicalmente peligrosa.
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Crédito de la Imagen: Sir Isaac Newton por Jean Leon Huens. Creo recordar que esta imagen era parte del libro “Cosmos” de Carl Sagan. Ese libro y la serie homónima despertaron la curiosidad en mi.
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