Cuentan que había una vez un rey muy apuesto que estaba buscando esposa. Por su palacio pasaron todas las mujeres más hermosas del reino y de otros más lejanos; muchas le ofrecían además de su belleza y encantos, muchas riquezas, pero ninguna lo satisfacía tanto como para convertirse en su reina.
Cierto día, llegó una mendiga al palacio de este rey y con mucha lucha consiguió una audiencia.
"No tengo nada material que ofrecerte, solo puedo darte el gran amor que siento por ti" le dijo al rey: "Sí me permites puedo hacer algo para demostrarte ese amor".
Esto despertó la curiosidad del rey, quién le pidió que dijera que era eso que podía hacer.
"Pasaré cien días en tu balcón, sin comer ni beber nada, expuesta a la lluvia, al sereno, al sol y al frío de la noche. Si puedo soportar estos cien días, entonces me convertirás en tu esposa".
El rey, sorprendido más que conmovido, aceptó el reto. Le dijo: Acepto, si una mujer puede hacer todo esto por mí, es digna de ser mi esposa.
Dicho esto, la mujer comenzó su sacrificio.
Empezaron a pasar los días y la mujer valientemente soportaba las peores tempestades. Muchas veces sentía que desfallecía del hambre y el frío, pero la alentaba imaginarse finalmente al lado de su gran amor.
De vez en cuando el rey asomaba la cara desde la comodidad de su habitación, para verla y le hacía señas de aliento con el pulgar.
Así fue pasando el tiempo, veinte días, cincuenta días, la gente del reino estaba feliz pues pensaban: ¡Por fin tendremos reina!... noventa días.. y el rey continuaba asomando su cabeza de vez en cuando para ver los progresos de la mujer. "Esta mujer es increíble" pensaba para sí mismo, y volvía a darle aliento con señas.
Al fin llego el día noventa y nueve y todo el pueblo empezó a reunirse en las afueras del palacio para ver el momento en que aquella mendiga se convertiría en esposa del rey. Fueron contando las horas, a las doce de la noche de ese día, tendrían reina.
La pobre mujer estaba muy desmejorada; había enflaquecido mucho y contraído enfermedades. Entonces sucedió. A las once de la noche del día cien, la valiente mujer se rindió, y decidió retirarse de aquel palacio. Dio una triste mirada al sorprendido rey, y sin decir una palabra se marchó.
¡La gente estaba conmocionada! Nadie podía entender porque aquella valiente mujer se había rendido faltando solo una hora para ver sus sueños convertidos en realidad. Había soportado tanto!
Al llegar a su casa, su padre se había enterado ya de lo sucedido. Le pregunto: ¿Porqué te rendiste a solo instantes de ser la reina?
Y ante su asombro, ella respondió: Estuve noventa y nueve días y veintitres horas en su balcón, soportando todo tipo de calamidades y no fue capaz de liberarme de ese sacrificio. Me veía padecer y solo me alentaba a continuar, sin mostrar siquiera un poco de piedad ante mi sufrimiento. Esperé todo este tiempo un atisbo de bondad y consideración que nunca llegaron. Entonces entendí: una persona tan egoísta, desconsiderada y ciega, que solo piensa en sí misma, no merece mi amor!
MORALEJA: Cuando ames a alguien y sientas que para mantener a esa persona a tu lado tienes que sufrir, sacrificar tu esencia y hasta rogar... aunque te duela, retírate. Y no tanto porque las cosas se tornen difíciles, sino porque quien no te haga sentir valorado, quien no sea capaz de dar lo mismo que tú, quien no puede establecer el mismo compromiso, la misma entrega... simplemente no te merece.
Creditos: Cáritas Morelia IAP
Que te diviertas!
Cierto día, llegó una mendiga al palacio de este rey y con mucha lucha consiguió una audiencia.
"No tengo nada material que ofrecerte, solo puedo darte el gran amor que siento por ti" le dijo al rey: "Sí me permites puedo hacer algo para demostrarte ese amor".
Esto despertó la curiosidad del rey, quién le pidió que dijera que era eso que podía hacer.
"Pasaré cien días en tu balcón, sin comer ni beber nada, expuesta a la lluvia, al sereno, al sol y al frío de la noche. Si puedo soportar estos cien días, entonces me convertirás en tu esposa".
El rey, sorprendido más que conmovido, aceptó el reto. Le dijo: Acepto, si una mujer puede hacer todo esto por mí, es digna de ser mi esposa.
Dicho esto, la mujer comenzó su sacrificio.
Empezaron a pasar los días y la mujer valientemente soportaba las peores tempestades. Muchas veces sentía que desfallecía del hambre y el frío, pero la alentaba imaginarse finalmente al lado de su gran amor.
De vez en cuando el rey asomaba la cara desde la comodidad de su habitación, para verla y le hacía señas de aliento con el pulgar.
Así fue pasando el tiempo, veinte días, cincuenta días, la gente del reino estaba feliz pues pensaban: ¡Por fin tendremos reina!... noventa días.. y el rey continuaba asomando su cabeza de vez en cuando para ver los progresos de la mujer. "Esta mujer es increíble" pensaba para sí mismo, y volvía a darle aliento con señas.
Al fin llego el día noventa y nueve y todo el pueblo empezó a reunirse en las afueras del palacio para ver el momento en que aquella mendiga se convertiría en esposa del rey. Fueron contando las horas, a las doce de la noche de ese día, tendrían reina.
La pobre mujer estaba muy desmejorada; había enflaquecido mucho y contraído enfermedades. Entonces sucedió. A las once de la noche del día cien, la valiente mujer se rindió, y decidió retirarse de aquel palacio. Dio una triste mirada al sorprendido rey, y sin decir una palabra se marchó.
¡La gente estaba conmocionada! Nadie podía entender porque aquella valiente mujer se había rendido faltando solo una hora para ver sus sueños convertidos en realidad. Había soportado tanto!
Al llegar a su casa, su padre se había enterado ya de lo sucedido. Le pregunto: ¿Porqué te rendiste a solo instantes de ser la reina?
Y ante su asombro, ella respondió: Estuve noventa y nueve días y veintitres horas en su balcón, soportando todo tipo de calamidades y no fue capaz de liberarme de ese sacrificio. Me veía padecer y solo me alentaba a continuar, sin mostrar siquiera un poco de piedad ante mi sufrimiento. Esperé todo este tiempo un atisbo de bondad y consideración que nunca llegaron. Entonces entendí: una persona tan egoísta, desconsiderada y ciega, que solo piensa en sí misma, no merece mi amor!
MORALEJA: Cuando ames a alguien y sientas que para mantener a esa persona a tu lado tienes que sufrir, sacrificar tu esencia y hasta rogar... aunque te duela, retírate. Y no tanto porque las cosas se tornen difíciles, sino porque quien no te haga sentir valorado, quien no sea capaz de dar lo mismo que tú, quien no puede establecer el mismo compromiso, la misma entrega... simplemente no te merece.
Creditos: Cáritas Morelia IAP
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