El experimento del “gorila invisible”, efectuado por dos psicólogos de la Universidad de Harvard, muestra las limitaciones, incluso grotescas, que tiene la percepción humana, y señala también la incapacidad de los sujetos para admitir esas limitaciones.
Hace aproximadamente doce años, condujimos un experimento sencillo con la ayuda de estudiantes de la materia de psicología que dictábamos en la Universidad de Harvard. Para nuestra sorpresa, se ha convertido en uno de los experimentos más conocidos de la disciplina. Aparece en libros de texto y se lo enseña en cursos de introducción a la psicología en todo el mundo. Hay notas referidas a él en revistas como Newsweek y The New Yorker y ha sido incluido en programas de televisión. Incluso ha sido exhibido en museos. Su popularidad radica en que revela, de modo humorístico, algo inesperado y profundo acerca de cómo vemos nuestro mundo, y también sobre lo que no vemos. Nuestra experiencia vívida encubre una notable ceguera mental: suponemos que los objetos especiales o inusuales llaman nuestra atención cuando, en realidad, a menudo nos pasan inadvertidos por completo. Desde que nuestro experimento fue publicado en la revista Perception, en 1999, se ha convertido en uno de los estudios más mostrados y debatidos dentro de la psicología. En 2004 ganó el “Premio Nobel Ig”, que se entrega a “aquellos logros que primero hacen reír y luego pensar”.
Para el experimento, nuestros alumnos consiguieron voluntarios a los que les presentaron un video de un partido de básquetbol: les pidieron que contaran la cantidad de pases que hacían los jugadores de blanco, pero que ignorasen los de los de negro. El video duraba menos de un minuto, e inmediatamente después de finalizado les preguntábamos cuántos habían contado. (Si el lector deseara hacer la prueba por sí mismo, puede detener la lectura ahora mismo e ingresar en www.theinvisiblegorilla.com. Deberá observar el video atentamente y asegurarse de incluir en su cuenta tanto los pases aéreos como los de rebote.)
La respuesta correcta, creemos, era 34 o tal vez 35. Para ser honestos, no importa. La tarea de contar los pases tenía como objetivo mantener al observador ocupado en algo que requería atención a la acción que se desarrollaba en la pantalla, pero en realidad la habilidad para contar pases no nos interesaba. Lo que estábamos testeando era otra cosa: promediando el video, una estudiante disfrazada de gorila entraba en la escena, se detenía entre los jugadores, miraba a cámara, levantaba el pulgar y se retiraba, luego de haber permanecido alrededor de nueve segundos en pantalla. Después de preguntarles a los sujetos acerca de los pases, les hicimos las preguntas más importantes:
–¿Notó algo inusual mientras contaba los pases?
–No.
–¿Notó alguna otra cosa, además de los jugadores?
–Bueno, había algunos ascensores y unas letras “s” escritas sobre la pared. No sé para qué estaban esas letras “s”.
–¿Notó a alguien además de los jugadores?
–No.
–¿Notó un gorila?
–¡¿Un qué?!
Para nuestra sorpresa, ¡alrededor de la mitad de los sujetos de nuestro estudio no había notado el gorila! Cuando volvieron a mirar el video, esta vez sin contar los pases, lo detectaron fácilmente y quedaron atónitos. Algunos dijeron: “¿No vi eso?” o “¡No puede ser!”. Algunos nos acusaron de cambiar la cinta cuando no estaban mirando.
Desde entonces, el experimento repitió muchas veces, bajo distintas condiciones, con diversas audiencias y en múltiples países, pero los resultados son siempre los mismos: cerca de la mitad de las personas no ven el gorila.
¿Cómo puede la gente no ver un gorila que camina delante de ellos, gira para mirarlos, se golpea el pecho y se va? ¿Qué vuelve invisible al gorila? Este error de percepción proviene de una falta de atención hacia el objeto no esperado; en términos científicos se lo denomina “ceguera por falta de atención”. Las personas, cuando dedican su atención a un área o aspecto particular, tienden a no advertir objetos no esperados, aun cuando éstos sean prominentes, potencialmente importantes y aparezcan justo allí adonde están mirando.
El hecho de que las personas pasen cosas por alto es importante, pero lo que nos impresionó aún más fue la sorpresa que manifestaron al comprobar lo que no habían visto. El estudio del gorila ilustra, quizá de manera más radical que cualquier otro, la influencia poderosa y generalizada de la ilusión de atención: experimentamos mucho menos de nuestro mundo visual de lo que creemos. Si fuéramos del todo conscientes de los límites de la atención, la ilusión se desvanecería.
Mientras escribíamos este libro, contratamos a la firma Survey-USA para que hiciera una encuesta a una muestra representativa de adultos estadounidenses, referida a sus creencias acerca de cómo funciona la mente. Más del 75 por ciento coincide en creer que notaría esos acontecimientos inesperados aun cuando estuviese concentrado en otra cosa. Es verdad que experimentamos de manera positiva algunos elementos de nuestro entorno, en particular aquellos que constituyen el centro de nuestra atención, pero esta experiencia conduce a la creencia errónea de que procesamos la totalidad de la información detallada que nos rodea. En realidad, sabemos cuán vívidamente vemos algunos de los aspectos de nuestro mundo, pero desconocemos por completo aquellos que caen por fuera de ese foco de atención habitual.
Ojo la bici
No obstante, hay una forma probada de eliminar la ceguera por falta de atención: hacer que el objeto o acontecimiento inesperado sea menos inesperado. El consultor en salud pública de California Peter Jacobsen examinó las tasas de accidentes que involucraban automóviles y peatones o ciclistas en ciudades de California y de una serie de países europeos. El patrón era claro y sorprendente: caminar y andar en bicicleta eran las acciones menos peligrosas en las ciudades en las que ambas actividades se practicaban en forma mayoritaria, y las más peligrosas allí donde menos se las ejecutaba.
En una de las demostraciones más impactantes del poder de las expectativas, Steve Most y Robert Astur, del Olin Neuropsychiatry Research Center en Hartford, usaron un simulador de manejo. Justo antes de llegar a cada intersección, los sujetos buscaban una flecha azul que indicara en qué dirección debían girar e ignoraban las flechas amarillas. En el momento en el que ingresaban en una de las intersecciones, una motocicleta inesperadamente se ponía delante de ellos: cuando era azul, el mismo color que las flechas esperadas, casi todos los conductores la notaban; cuando era amarilla, el 36 por ciento de ellos la atropellaba, ¡y dos de ellos ni siquiera atinaron a pisar el freno! Nuestras expectativas de cada momento, más que el carácter llamativo del objeto, determinan lo que vemos y lo que pasamos por alto.
* Extractado de El gorila invisible y otras maneras en las que nuestra intuición nos engaña, que distribuye en estos días Siglo Veintiuno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario