La abultadísima horda de fans de la saga suponía un peligroso escollo para la acogida de esta entrega de diseño plenamente contemporáneo y con una distancia de siete años en relación a su más próxima predecesora, Star Trek: Némesis (2002) y de muchísimos más en relación a la serie que inauguró la saga en pantalla, Star trek (1966). Sin embargo, pese a tratarse de una empresa peliaguda, J.J. Abrams, controvertido y adorado creador de la serie Lost (2004), supo lidiar con ella gracias a su notable y apasionada cinefilia (exhibida aún con más ímpetu en la muy reciente Super 8), y ofreció un decente espectáculo de entretenimiento a partir de un relativo respeto por los personajes y las características fundacionales de la franquicia. Obviamente no convenció, ni mucho menos, a todos los fans, pero sí diseñó una digna entrega que dejó, en su estreno, buen sabor de boca. Veremos cómo la trata el paso del tiempo.
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