Si la ciencia ficción conoció una etapa de apogeo en el siglo pasado esa fue, sin duda, la década de los 50. Infinidad de producciones de bajo presupuesto vieron la luz en aquellos años, pero sólo las que brillaron con luz propia, logrando hacer de la necesidad virtud, marcaron las pautas del género y pasaron a la posteridad. En El increíble hombre menguante, película que recoge el testigo de la interesantísima Muñecos infernales (Tod Browning, 1936), se dieron cita el talento de Jack Arnold, cuya imaginativa puesta en escena permitió plasmar con total credibilidad los más inusuales pasajes del guion, y la ingeniosa pluma de Richard Matheson, que adaptó su propia novela con una solvencia fuera de toda duda y aprovechó la sencilla premisa argumental para reflexionar sobre temas de gran calado existencial.
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