La obra maestra definitiva de David Cronenberg es una malsana y perversa aproximación al tema de la esclavitud creciente a la que tiende el hombre en relación a la tecnología, el consumismo indiscriminado y los medios masivos de comunicación. Videodrome nos advierte sobre los peligros de una sociedad corrompida por el poder de la imagen, donde el morbo generado por la violencia más gratuita y los apetitos lascivos más bajos termina subyugando al individuo y creando en él una adicción enfermiza hasta el punto en que puede llevarlo, como en el caso de Max Renn (inconmensurable James Woods), a la paranoia. Cronenberg filma su propuesta más visceral, monstruosa y carnal, en un sentido moral pero también físico, en la que asistimos a la progresiva conversión del cuerpo humano en núcleo de una metamorfosis hacia lo tecnificado y lo grotesco (consecuencia última de formar parte de esta degradada sociedad del espectáculo en que vivimos). Aún resuena en nuestras cabezas, ahora más que nunca, aquel grito de guerra: ¡Larga vida a la Nueva Carne!
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