A finales del siglo XX vio la luz un proyecto largamente acariciado por los hermanos Wachowski que funcionó como un verdadero soplo de aire fresco para el género. Matrix necesitaba, por su propia naturaleza estética, a un protagonista gris, anodino y acartonado para representar al héroe posmoderno de la era actual de la informática y las telecomunicaciones, por lo que por una vez la elección de Keanu Reeves fue un gran acierto de casting. Medio mundo quedó boquiabierto ante unos asombrosos efectos especiales que se integraban con total naturalidad en una interesantísima trama de corte cyberpunk, destacando por encima de todo la famosa técnica del bullet time que permitía congelar la acción mientras la cámara seguía girando alrededor de cualquier elemento de la escena. Por otra parte, la falta de memoria histórica (o de conocimiento del género) de muchos espectadores favoreció la ilusión de novedad absoluta, cuando Matrix es, ante todo, un pastiche de excelente factura: podría definirse como una revisión platónica de varias teorías filosóficas pasada por el filtro de películas anteriores como Dark City o Ghost in the Shell.
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