¿Cómo condensar la historia de la humanidad en 140 minutos de metraje, desde el nacimiento de la inteligencia hasta la futura evolución a un estadio superior? Kubrick halló la respuesta en tres elementos: el montaje cinematográfico, un hueso y una nave espacial. La elipsis más grande de la historia del cine nos llevó de la primera herramienta utilizada por el ser humano a la más sofisticada, del amanecer del hombre a los misterios que se esconden en Júpiter y más allá del infinito. Mecidos por El Danubio Azul de Strauss y aterrados por el Requiem de Ligeti, los espectadores asistimos a una función donde música e imagen se fusionan en una experiencia estética sin precedentes. El enfrentamiento entre hombre y máquina, los límites de la inteligencia como dadora de entidad, el papel del ser humano en el universo, el eterno retorno… La densidad de ideas latente en esta obra de arte absoluta es casi inabarcable. Por eso 2001 es una película inmortal y nunca faltarán amantes del cine que queden boquiabiertos ante el enmudecimiento de HAL o el viaje de Bowman a través de la estrellas.
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