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“Una sola compañía estaba decidiendo muchas cosas”, dice Italo Vignoli.
Por Mariano Blejman
Había una vez un software que se llamaba OpenOffice.Org, que surgió a comienzos de este siglo para disputarle terreno al todopoderoso Microsoft Office (Word, Excel, PowerPoint). La idea de sus fundadores era desarrollar un programa para “oficina” que fuera libre: es decir, que no hubiese necesidad de pagar licencias para usarlo y que su código pudiese ser estudiado sin permiso de una empresa, que estuviese hecho por una comunidad de desarrolladores y que pudiera combatir a Microsoft, el “estándar” de los procesadores de texto. Durante varios años, OpenOffice.Org creció hasta convertirse en una alternativa segura, sin virus conocidos y con un formato de archivo cuya propiedad no pertenecía a una sola empresa, como es el caso de los “.doc”, que pertenece a Microsoft Corporation.
Parecía un triunfo más de la comunidad de software libre: un producto exitoso, desarrollado por cientos de programadores alrededor del mundo, usado por cien millones de usuarios, minando de a poco el monopolio de Microsoft. Pero surgió un problema: Oracle compró Sun Microsystem, la empresa que manejaba OpenOffice.Org, y entonces la comunidad de software libre se puso en pie de guerra, ya que era conocido el desprecio de Oracle por este tipo de productos. En un marco algo caldeado, se creó la organización The Document Foundation y se lanzó hace unos días la primera versión de LibreOffice, una especie de “desviación” del software originalmente conocido como OpenOffice.Org. En la jerga informática, a esa “desviación” se le llama “fork”. Y es la posibilidad que da el software libre: tomar un programa existente, modificarlo y lanzar una versión con un nombre diferente. Las licencias libres permiten hacer eso legalmente. Aunque Oracle fue invitada al proyecto, todos los miembros de The Document Foundation que trabajaban para OpenOffice.Org fueron obligados a renunciar. Al final de octubre, treinta y tres voluntarios alemanes dejaron OpenOffice.Org y se movieron a LibreOffice.
La mayoría de los “militantes” de The Document Foundation provienen del Viejo Continente. El mercado más grande de OpenOffice.Org había sido Alemania, Francia e Italia (20 por ciento, cada uno) mientras que Estados Unidos, Inglaterra o España tenían un diez por ciento. Eso dice el italiano Italo Vignoli, vocero de la fundación, en la primera entrevista que da para un medio de habla hispana: “Sentíamos que el proyecto estaba limitado, que una sola compañía estaba decidiendo muchas cosas y deteniendo otras. Mientras, la comunidad crecía y se convertía en algo cada vez más fuerte”. En estos momentos, LibreOffice tiene unos cincuenta desarrolladores centrales, unas cien personas como colaboradores y miles de voluntarios: “Está creciendo de la manera correcta. El problema es que salimos de una comunidad sólida, con una gran infraestructura, con ciertas facilidades y es difícil construir algo similar en poco tiempo”.
Ahora bien, la libertad tiene un costo. Vignoli asegura que The Document Foundation (los creadores de LibreOffice) no quiere depender de una sola empresa como en el pasado, y a diferencia de otras fundaciones de software libre como Mozilla Foundation, ellos no pueden ofrecerle a Google una gran cantidad de tráfico. “No veo que Google nos dé 100 millones de dólares, como le dan a Mozilla Foundation”, dice Vignoli, aunque el gigante buscador es uno de los sponsors de la nueva fundación. “Por el momento estamos enfocados en crear una versión estable de LibreOffice: porque si no tienes software no tienes credibilidad”, dice.
Vignoli asegura que se barajaron trescientos nombres, pero éste era el único que estaba “libre” en casi todos los países. “‘Libre’ es una palabra fácil para el italiano o el francés, aunque no es tan fácil para alemanes o escandinavos. Pero se podrá pronunciar como quieran”, dice Vignoli. Legalmente, Oracle es dueña de la licencia de OpenOffice.Org, por lo cual podrían convertir al programa creado por la comunidad en un software propietario. Sin embargo, la última versión disponible queda libre para ser usada y modificada sin problemas legales de por medio. “Filosóficamente, los motivos para usar LibreOffice son los mismos que para usar cualquier software libre. El paquete de oficina es uno de los programas que más se usan. La mayoría usa un procesador de palabras, un programa para presentaciones, una hoja de cálculos. Si se usa software propietario, el software tiene un candado. Microsoft está haciendo muy bien su trabajo: están tratando de forzar a usar sólo Microsoft Office, haciendo más difícil o imposible ser compatibles con sus formatos. Es algo que empezó hace 20 años y todavía es válido.”
Pero además del software, otro de los grandes debates en torno del tema de los programas de “oficina” es qué tipo de formato deberían usar los procesadores de texto. Mientras Microsoft impone el .doc (sobre el cual posee derechos de propiedad intelectual, más allá de su declaración de intención de “no cobrar jamás por ello”), un consorcio de compañías lanzaron formatos “libres” como el “.odt” (open document text, en inglés), lo cual permite una mayor compatibilidad y libertad para los usuarios. “De esta manera –dice Vignoli–, muchas compañías pueden implementar formatos de procesadores de texto, y las decisiones no las toma una sola compañía.”
Aunque OpenOffice.Org tiene millones de usuarios en el mundo, podría decirse que LibreOffice todavía no los tiene. “Tenemos que esperar unos seis meses para entender cómo van a reaccionar los usuarios”, dice Vignoli desde Milán e incita a la comunidad argentina a participar: “No importa si tu inglés es malo. Sólo basta con mostrar interés, con organizar una comunidad local. El asunto es que alguien tome la comunidad y la ayude a madurar. Los usuarios de América latina son muy silenciosos, pero nosotros estaremos felices de apoyarlos y ayudarlos”.
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